Madame Bovary

Hace tres días cuando caminaba para clase recordé a Madame Bovary, y me alegré porque es una obra que me gusta mucho… aunque no porque crea que Emma es una mujer “chévere”, sino, todo lo contrario, porque pienso que es reprochable desde dos puntos de vista.

Primero, se casó con un tipo aburridísimo y se vio en la necesidad de buscar un amante. De hecho, tuvo varios amantes. Segundo, al verse abandonada por el último de sus amantes ―todos los que tuvo la abandonaron― decidió quitarse la vida porque pensaba que sin él sería infeliz. Lo que quiere decir que Emma fue incapaz de buscar la felicidad por sí sola, pues esta era solo posible en la medida en que tuviera a su lado a un hombre a quien amar. Aún más reprochable.

De manera que, creo, no hay nada más equivocado que pensar a Emma como una “gran heroína”. Claro que era poco convencional que una mujer de su época estuviera dispuesta a tener un amante para escapar a la monotonía de su matrimonio, pero eso, considero, no es suficiente para ensalzarla de la manera que varias críticas y estudios literarios lo han hecho hasta ahora, calificándola como LA figura de la irreverencia y de la subversión. Como si ser irreverente o subversivo se redujera a permitirse conductas lujuriosas. Esto, pienso, implica tener una visión muy pobre de lo que son la irreverencia y la subversión.

Y sin embargo Madame Bovary es un libro que me gusta mucho. Que he leído en varias ocasiones. Del que guardo más de tres copias en mi biblioteca y que normalmente recomiendo. Porque su atractivo no solo radica en la historia, sino en la manera como Flaubert presenta cada pasaje, cada personaje, cada situación. Sin duda, es el resultado de una escritura minuciosa y de una prosa sorprendentemente detallada lo que siempre me hacen regresar a él.

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